"El orden reina en Berlín"

A 90 años del asesinato de
Rosa Luxemburgo

(Tomado de Socialismo o Barbarie, periódico Nº 143, 22/01/09)

 

Este mes se cumple el 90 aniversario del asesinato de Rosa Luxemburgo en las sucias manos del gobierno de la socialdemocracia en el poder en Alemania en aquella época. Cuando recordamos a Rosa lo hacemos respecto de una compañera que fue una de las principales espadas de la tradición del marxismo revolucionario junto con Lenin y Trotsky.
Su ángulo de mira, en muchos aspectos, siempre tuvo el matíz de que las tareas que debieron encarar fueron muy distintas.
Es clásico a este respecto el tema del partido. Si en el caso de Lenin lo que estaba en juego era la organización de un movimiento socialista que estaba disperso a lo largo y ancho de toda Rusia, en el caso de Rosa el problema fue un aparato socialdemócrata conservador que agrupaba 1.000.000 de afiliados de manera directa y dirigía vía los sindicatos unos 4.000.000 de trabajadores afiliados a los mismos. De ahí que el énfasis "luxemburguiano" tenía que ver con la intervención más o menos "espontánea" de las masas que pudiera quebrar el "corsé" burocrático impuesto por este mismo aparato.
Sin embargo, esta compresión de las circunstancias diversas que debieron enfrentar estos grandes revolucionarios no puede dejar de balancear que la comprensión de las relaciones entre las masas, la vanguardia y el partido no tuvieran una mayor madurez en el caso de Lenin, y que la propio Rosa haya pecado de la debilidad de no haber organizado –hasta demasiado tarde– una fracción revolucionaria en el seno del partido reformista.
No importa: como dijera Trotsky y hacemos nuestro en este homenaje, la bandera del marxismo revolucionario (claro que incluyendo al propio Trotsky) "se puede escribir bajo las tres grandes L: Lenin, Luxemburgo y Liebeneck" (este último, gran agitador de masas y compañero revolucionario de Rosa en su militancia dentro del partido socialdemócrata; fue aprendido y asesinado junto con ella).
Presentamos entonces y a modo de homenaje el último texto escrito por Rosa el mismo día que fuera asesinada, el 14 de enero de 1919, por los esbirros socialdemócratas y que hace las veces de balance de la derrota del levantamiento revolucionario en enero de 1919 en Berlín.

"El orden reina en Berlín"

“EI orden reina en Varsovia”, anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831 cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la solda­desca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a su trabajo de verdugos contra los insurgentes.
“iEI orden reina en Berlín!”, proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y Noske, proclaman los oficiales de las “tropas victoriosas” a las que la chusma pequeñobur­guesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando sus hurras. La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han restablecido su renombre con una brillante victo­ria sobre... los 300 espartaquistas del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich, el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía. en las calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a negociar la rendición del Vorwärts, asesinados, destrozados a golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus cadáveres eran completa­mente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida: ¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas derrotas ante franceses, ingleses y americanos? EI enemigo se llama Espartaco, y Berlín el lugar donde nuestros oficiales entienden que han de vencer. Noske el “obrero” se llama el general que sabe organizar victorias allí donde Ludendorff ha fracasado.
¿Cómo no pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el “orden” en París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies en polvorosa como el últi­mo de los cobardes! Pero frente a los proletarios de París, hambrientos y mal armados, con­tra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la “juventud dorada”, de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior, ahora que se trataba de ser bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con caídos!
“¡EI orden reina en Varsovia!”, “¡EI orden reina en París!”, “¡EI orden reina en Berlín!” Esto es lo que proclaman los guardianes del “orden” cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos “vencedores” no se percatan de que un “orden” que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha inelucta­blemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta última “Semana de Espartaco” en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la contrarrevolución, han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las turbas abiertas, por encima de las “victorias” y de las “derrotas”. La primera tarea de los combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de fuerza, sus caminos.
¿Podía esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no, si se toman en consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez política de la masa de los soldados, que todavía se deja manipular por sus oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prue­ba de que en el presente choque no era posible esperar una victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inma­durez general de la revolución alemana.
El campo, que es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin estar apenas tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente asila­do del resto del país. Es cierto que en provincias los centros revolucionarios –Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg– están con cuerpo y alma del lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre todo falta es coordinación en la marcha hacia ade­lante, la acción común directa que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de clases revolucionaria, están todavía –lo que no deja de tener profundas relaciones con las insufi­ciencias políticas de la revolución apuntadas– en su estadio inicial.
De todo esto se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y definitiva. ¿Ha sido por ello un “error” la lucha de la última semana? Sí, si se hubiera tratado meramente de una “ofensiva” intencionada, de lo que se llama un “putsch”. Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que el baño de sangre a que fueron sometidos manifestan­tes indefensos de la Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta oca­sión el asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los acontecimientos pos­teriores. La revolución no opera como le viene en gana, no marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los “estrategas”. Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí, y la emplean por regla general más que la misma revolución.
Ante el hecho de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera revolucionaria se vio obligada a recurrir a las armas. Para la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la con­trarrevolución se creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional sufriesen gran­des pérdidas.
Por lo demás, la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espon­tánea y llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer momento de parte de la “calle”.
Pero hay una ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse en la inacción, en la pasividad, después de haber dado un primer paso adelante. La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre todos los pasos de la revolución. Era evidente –y haberlo comprendido así testimonia el sano instinto, la fuer­za interior siempre dispuesta del proletariado berlinés– que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn en su puesto. Espontáneamente se lanzo a la ocupación de otros cen­tros de poder de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa, el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza general.
Aquí también nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños "revoluciona­rios" al estilo de los del USP, que en cada lucha solo se afanan en buscar una cosa, pretex­tos para la retirada. Una vez que el problema fundamental de una revolución ha sido plan­teado con total claridad –y ese problema es en esta revolución el derrocamiento del gobier­no Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del socialismo– entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que este la revolución para darle solución, por poco madu­ra que sea todavía la situación. “¡Abajo Ebert-Scheidemann!”, es la consigna que aparece inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o no, empuja todo episodio de lucha a su mas extremas consecuencias.
De esta contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo revolucionario resul­ta que cada lucha se salda formalmente con una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de “guerra” –también es esta una ley muy peculiar de ella– en la que la victoria final sólo puede ser preparada a través de una serie de “derrotas”!
¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La pri­mera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento cartista en Inglaterra tam­bién acabó con una derrota. La insurrección del proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino que conduce al socialismo –si se consideran las luchas revolucionarias– está sembrado de grandes derrotas.
Y, sin embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victo­ria final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas “derrotas”, de las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del proletariado, nos apoyamos directamente en esas derro­tas y no podemos renunciar ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad en cuanto a las metas a alcanzar.
Las luchas revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras “victorias” parlamentarias, íbamos pre­cisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando lIegó el día de la gran prueba histórica, cuando lIegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevita­bles han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro.
¡Pero con una condición! Es necesario indagar en que condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?
Ejemplos clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febre­ro en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el proletariado internacional. Por el contrario, las miserias de la revolución de marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejer­cido su influencia a lo largo de toda la particular historia de la socialdemocracia oficial ale­mana llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de vivir.
¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción?
¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la inter­vención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más recien­te episodio.
La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta “derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta "derrota" florecerá la victoria futura.
“¡El orden reina en Berlín!” ¡Esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución ya mañana “se elevará de nuevo con fragor hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas:
jFui soy y seré!